El asesinato del Conde del Águila.
CAPÍTULO I.
La clave de su informe sobre la seda.
La ciudad de Sevilla en los primeros años del siglo XIX, conservaba su aspecto medieval, alzándose intacto el recinto amurallado almohade. Calles y plazas presentan un trazado que nos llevan a siglos pasados; arquillos y cruces de piedras nos hablan de un pasado devoto y milagrero. La Inquisición, el 20 de junio de 1803, celebró el que sería su último auto de fe en la Plaza de San Francisco, pero el preso sólo fue a presidio.
Casonas solariegas donde pasean su aburrimiento los Don Guidos de la época. Barrios populares donde en infectos corrales se amontona un pueblo alegre pero mísero; que pasa hambre con la serena dignidad que da el no haberse saciado jamás de comida. Es una ciudad Sevilla que vive sin saberlo, los últimos años del llamado Antiguo Régimen. Todo ello cambiará con la llamada guerra de la Independencia, a partir de la cual ya nada sería lo mismo. Pues bien, en esa Sevilla, tradicional y devota, brilló con luz propia su Procurador Mayor el Conde del Águila, que además ostentaba el cargo de director de una corporación de gran prestigio como es la Real Sociedad Económica Sevillana de Amigos del País, fundada por el Rey Carlos III en 1777. Por lo que de él sabemos, era hombre de carácter enérgico y de gran honestidad, pero al mismo tiempo tan rígido e inflexible que le movía a chocar contra todos y por el más mínimo de los motivos. Era hombre al parecer, poco diplomático, lo que en Sevilla se dice tener poca mano izquierda y ello le creó gran número de enemigos, incluso entre sus misma clase, la de la nobleza.
Buena prueba de lo anterior hemos de encontrarla en la actitud del Procurador Mayor en la sesión del municipio del día 15 de marzo de 1808, en la cual presentó su dimisión -la cual no le fue aceptada- pero dando como explicación que la política del gobierno vejaba a los dignos capitulares y al mismo municipio. Puede que tuviera razón, pero el tono y las palabras levantaron ampollas en el todopoderoso Consejo Supremo de Castilla, donde se crearía más de un enemigo.
Otro enfrentamiento del Procurador, esta vez con el estamento religioso, fue con motivo de la prohibición de enterramiento en iglesias y conventos en el interior de la ciudad, medida tomada por razones sanitarias, y que aumentó el número de enemigos de Ignacio de Espinosa. El belicoso Conde no descansaba, y su siguiente guerra fue contra los vendedores poco escrupulosos que campaban en los mercados. En esta ocasión, le trajo la enemistad mortal de un noble, el Conde de Tilly, enemistad que le resultaría fatal, como veremos al final de este relato.
Sin embargo, siempre creí, además -nos dice el autor, MANUEL MARQUEZ DE CASTRO- debió existir algún otro motivo de mayor gravedad y que fuera causa de su trágica suerte. De acuerdo con esta opinión, inicié una investigación -nos relata Márquez- en los archivos de la Real Sociedad Económica Sevillana, que dio inesperado y magnífico resultado. Durante el desempeño del cargo de director de la Sociedad, el Conde del Águila cometió el más grave de sus errores y éste le conduciría a su muerte. Vayamos al asunto:
La industria de la fabricación de la seda era desde hacía siglos, una de las más prósperas de la ciudad y grande el número de telares existentes. Todavía en la actualidad, una calleja cercana a la abadía de San Clemente, lleva el nombre de Arte de la Seda y, en ella, tenían su sede los más renombrados fabricantes del tejido. Pero en los últimos treinta años del siglo XVIII, la decadencia de la industria de la seda constituyó una verdadera catástrofe, descendiendo notablemente el número de talleres. Ante ello, el Consejo Supremo de Castilla, por Real Orden de 23 de febrero de 1802, pidió a la Real Sociedad Económica que elaborase un informe sobre dicha industria y del plantío de la morera que como sabemos es alimento del gusano; que en el mismo informe se señalaran las causas de la decadencia del gremio y sus posibles soluciones.
El 4 de abril de 1807, la Económica elevó el pedido informe, el cual fue aprobado por la Junta de la misma y que presidía como ya hemos dicho el Conde del Águila.
Rebasaría los límites de este trabajo el análisis detallado del extenso informe. Por ello se extrae del mismo lo más importante para este relato sobre la muerte del Conde y sus posibles motivos.
En primer lugar, el informe se disculpa del largo tiempo transcurrido desde el encargo hasta su cumplimiento, es decir desde 1802 hasta 1807, y explica que ello ha sido motivado por la falta de colaboración de muchos de los organismos que debían facilitar sus datos para la elaboración del mismo. Seguidamente y para dar una idea de la decadencia del gremio e industria de la seda, establece como regla de comparación dos quinquenios. En el primero, años de 1780 a 1785, el valor total de la seda producida ascendió a 9.600.900 realas de vellón y, en cambio, en el segundo de 1795 a 1800, el valor total había descendido hasta 398.060, reales de vellón; es decir que en tan corto espacio de tiempo el valor cayó 24 veces. En cuanto a sus causas, a juicio de la Sociedad, eran las siguientes:
1ª.- Que la propiedad de las tierras de la provincia están en manos de un corto número de propietarios que explotan a los colonos.
2ª.- El impuesto del diezmo que se cobra dos veces, o sea, sobre la hoja de morera y sobre el capullo. Esta duplicidad fiscal fue reconocida como ilegal.
3ª.- La decadencia de las fábricas, causada por la introducción de seda del extranjero, en particular de Francia, sin que el gobierno español dictara leyes protectoras al respecto. La situación era más grave si se piensa que la exportación afectaba incluso a las colonias del Nuevo Mundo.
4ª.- La inclinación natural de los hortelanos de esta provincia a dedicar sus tierras a cultivos más rentables que la morera. Seguidamente se hace una comparación entre el número de propietarios que existen en tres regiones españolas, y que es la siguiente:
GALICIA.........................................................................................91.759
VALENCIA.....................................................................................25.706
SEVILLA........................................................................................ 5.309
Añádase a lo anterior el hecho de que la mayor parte del cobro de los tributos estaban arrendados a los contratistas particulares, los cuales atropellaban a los hortelanos en sus propias huertas, llevándose lo mejor de su producción. Por si fuera poco, habría que sumar los odiosos portazgos establecidos en las entradas de la capital, y que hasta fechas recientes no ha desaparecido
Para agravar la situación, una Real Orden de 17 de mayo de 1804 alzaba la prohibición que desde 1778, prohibía embarcar géneros de seda extranjeros sin hacerlo también con igual cantidad de seda nacional. Esta Orden fue el golpe de gracia para la industria y exportación de la seda Sevillana. Seguidamente se propuso como remedio a la situación de la industria las siguientes condiciones:
1ª.- La exención absoluta del diezmo y derechos reales por diez años, a todos los hortelano de la provincia que acrediten haber criado cuatro onzas de semillas.
2ª.-Idéntica exención del diezmo de la hoja y de la seda por 20 años a los que hicieran plantación de morera.
3ª.- Distribución cada año de cinco premios de 500 pesos al que criare mayor cantidad de seda en la provincia.
4ª.- Un premio de 1.000 pesos al que mayor plantación de morera lleve a cabo.
5ª.- Reparto gratuito de baldíos en la provincia a los que los soliciten para hacer plantaciones de morera.
6ª.- Restablecer la prosperidad de las fábricas de la única forma posible, es decir, anulando todos los impuestos sobre los artículos de primera necesidad que consuman los operarios, y retirando la permisividad de poder embarcar a América género de seda extranjera sin igual de nacionales, según lo dispuesto por el Reglamento de 12 de octubre de 1778. Se continua diciendo que lamenta no poder dar los premios que solicita, cosa que haría por su cuenta si tuviera fondos para ello. Termina el informe diciendo textualmente:
Tal es Señor, el resultado de las profundas meditaciones de la Sociedad en esta materia, después de haber presentado sus ideas relativas a ellas con la noble confianza que es propia de su Instituto, desea tener la gloria de cooperar con V.A. al restablecimiento del plantío de moreras y fábricas de seda en la provincia de Sevilla. Dios guarde a V.A. muchos años.
Sevilla, 4 de abril de 1807.
El Conde del Águila, director. Don Joaquín de Iriarte, Secretario.
Hasta aquí, y visto su informe sobre la seda, siendo el Conde del Águila el director como sabemos, nada hace presagiar el odio que le perseguiría. Sin embargo, a juicio del investigador existen algunas claves del mencionado informe que pudieran aclarar alguna luz sobre su asesinato.
En efecto, movido por su carácter impetuoso, ya comentado, y por su amor a la justicia, Juan Ignacio de Espinosa arremete contra los terratenientes y, en la página 8, recoge textualmente:
Que es notoria la acumulación de propiedad que poseen los señores Duques y Grandes...
Para remachar aún más el clavo, añade en la página 9 :
Solamente podrá esperarse el bien cuando entren en circulación aquella gran masa de propiedades civiles y eclesiásticas hasta ahora amortizada y cuyo estanco se disminuirá con la enajenación de bienes eclesiásticos y de obras pías que se está practicando.
Error fatal del Conde del Águila. La palabra maldita para los grandes propietarios de tierras, tanto de los curas como civiles, se puso al descubierto: desamortización. Es decir: expropiación de grandes latifundios que estaban en manos de acaparadores de terrenos, y que como bien decía el Conde, frenaban el desarrollo de la agricultura y de la economía en general.
Es verdad que el débil gobierno de Carlos IV había puesto en marcha tímidas medidas de desamortización. Así, por una Real Orden de 21 de abril de 1802, el monarca incorporaba a la corona los bienes y terrenos de la Orden de Malta en España. Nombrándose a si mismo Gran Maestre de la Orden en los territorios de su reino. Justificaba el Rey su decisión en que la referida Orden ya no desarrollaba los fines para los que fue creada, y, por lo contrario, sus riquezas debían quedar en los países en los que tuvieron asiento tantos siglos, haciendo constar que el Pontífice no había desaprobado esta providencia. Pero esta medida, evidentemente modesta, había dejado intactas las grades propiedades existentes en el país y, especialmente, en Andalucía. Las palabras del Conde dichas en pleno 1807, debieron sonar como un latigazo en los oidos de los terratenientes, especialmente pronunciadas por un hombre de su propio estamento aristocrático.
Podemos creer, que en algún sitio, un dedo siniestro señaló al osado Conde como víctima a batir. Sólo había que esperar una ocasión propicia. Por desgracia no tardaría en presentarse. Por Dios que lo aprovecharon bien.Pero queda en la historia la valentía y la honestidad de la Sociedad Económica Sevillana. Caro lo pagaría su director, como veremos a continuación.
CAPÍTULO II.
SU MUERTE.
27 de mayo de 1808. Gran agitación reinaba en Sevilla en ese día primaveral, motivada por la noticia de los sucesos acaecidos el día 2 pasado y que habían costado la vida de numerosos patriotas, encabezados por los heroicos Daoiz y Velarde. Algunos supervivientes de la lucha callejera en Madrid, llegados al cercano pueblo de Móstoles, movieron a su alcalde a declarar la guerra a Napoleón. Esta lucha pondría fin al llamado Antiguo Régimen, dando paso a otro en el cual nada sería igual.
En nuestra ciudad, desde hora muy temprana, grandes grupos de personas procedentes de todos los barrios llenaban por completo la plaza de San Francisco. El municipio estaba en sesión permanente y, sobre las siete de la mañana, un hombre salido del pueblo y al que siempre se conoció como El Incógnito, pero que en realidad era don Nicolás Tapp y Nuñez, entró decidido en el Ayuntamiento y sentándose entre los regidores habló en nombre de todo el pueblo, consiguiendo que se aprobaran los acuerdos siguientes:
1º.-Dimisión de las autoridades actuales por su manifiesta incapacidad para encontrar soluciones.
2º.- Jurar a Fernando VII como Rey de España.
3º.- Nombramiento inmediato de una Junta Suprema de Gobierno, que se hiera cargo de todo el poder.
4º.- Alianza ofensivo-defensiva con Inglaterra.
5º.- Que el pueblo fuese armado para detener al general francés Dupont, que se encontraba ya en Andujar.
Aprobado todo lo cual, Nicolás Tapp y Nuñez salió del municipio pero no de la historia, confundiéndose con el pueblo que llenaba la plaza..
La Junta Suprema, que a partir de ese momento se hizo cargo de todos los poderes, incorporó en su seno a representantes de todos los estamentos, entre ellos el de la nobleza y, para desgracia del Conde, el de Tilly, su enemigo mortal. En cuanto a la presidencia de la misma, se nombró a don Francisco Arias aavedra.Hasta aquí, todo había sido correcto. Un pueblo que no quiere que un ejército extranjero le imponga un régimen, que se levanta contra él y que se resiste nombrando nuevas autoridades. Por desgracia, ese día glorioso se vería manchado por un crimen tal inútil como odioso.
Entre los grupos que llenaban la plaza, junto a patriotas sinceros, se encontraban algunos malvados, de esos que aprovechan las convulsiones populares para sus oscuros fines y satisfacción de sus rencores personales. Uno de ellos, un oficial retirado de apellido Saavedra, comenzó a arengar a un grupo de desalmados, acusando en voz alta al Procurador Mayor de afrancesado y traidor a la nación. Se apoyaban para ello en el hecho de haber recibido el Conde del Águila días atrás, alojándolo en su palacio a un oficial del Mariscal Murat, venido de Madrid con instrucciones para las autoridades de Sevilla. Este hecho nada tenía que ver de extraño ya que, por razón de su cargo, tenía la obligación de recibir a tales mensajeros. Sin embargo en aquellos momentos de acaloramiento las palabras del miserable encontraron oídos acogedores. También se decía en la plaza que el Conde había intentado Influir en sus compañeros de Corporación para el nombramiento de delegados a las ilegales Cortes de Bayona que intentaba reunir Napoleón. ESTO ÚLTIMO SE DEMOSTRARÍA MÁS TARDE QUE ERA INCIERTO. No hizo falta más. La turba de malvados, conducidos por Saavedra, marchó a la casa del Conde cuyo palacio estaba situado en la recoleta plazoleta de Los Maldonados, en el barrio de la Feria. Allanado violentamente el domicilio, se comprobó que su dueño no se encontraba en el mismo. Alguien informó a la turba que a esa hora era costumbre de Espinosa pasear por las afueras de la Puerta de la Macarena. Desgraciadamente el informe resultó exacto. Detenido el carruaje, sacaron al Conde entre golpes e insultos. Asimismo fue conducido por las calles sevillanas y así lo llevaron hasta el Ayuntamiento, donde llegó aturdido y maltrecho. No le valió de nada hacer valer su inocencia.La canalla que le llevaba exigía a granes gritos que fuera juzgado inmediatamente y sentenciado como traidor a la Nación.
El Presidente de la Junta, hombre justo y ponderado, intentó calmar a los manifestantes, prometiendo hacer justicia. Para salvar la vida del acusado, llegó a declararle preso del Estado, poniéndolo bajo custodia del jurado Peroso, también miembro de la Junta. Pasadas algunas horas, y como no cesasen en sus gritos el grupo de agitadores, Peroso asomase al balcón del municipio acompañado del Conde, pidiendo a los acusadores que tuvieran compasión de aquel hombre, manifestándoles que si prometían respetar su vida lo conducirían inmediatamente al Castillo de la Puerta de Triana, donde aplacar a los perseguidores. Por desgracia una vez más, fue en vano. El jurado cometió la imprudencia de mandar la conducción del preso escoltado sólo por dos alguaciles desarmados. Por la calle Catalanes marchaba el Conde y su mezquina escolta. Tras ellos la canalla. La calle citada hoy la conocemos como Carlos Cañal y Albareda. Los valientes acusadores viendo la pobre escolta y su falta de armamento, se lanzó sobre ellos, poniéndolos en fuga. El Conde a merced de los desalmados fue herido con piedras y bayonetas y como un animal tratado sin misericordia alguna. Juan Ignacio de Espinosa no era más que un moribundo.
Al llegar a la Puerta de Triana -situada en donde hoy desembocan las calles Zaragoza, antes de Pajería, y Gravina, antigua Cantarranas- sin dejarle respirar siquiera, le acosaron y, pese a que el mísero acusado suplicó a sus verdugos no lo mataran, sólo consiguió le dejaran confesar con un fraile franciscano. Seguidamente una descarga de fusilería acabó con su vida. Y para que nada faltara en su infame hazaña, colgaron su cadáver en el balcón de la parte interior de la Puerta, precisamente en el salón que debería haberle servido de prisión. Allí durante largo rato, la canalla se burló de él, de sus restos y le arrojaron más piedras.. Cuando tuvieron satisfechos sus malos instintos, se retiraron y jamás se investigaría ni se identificaría ni el crimen, autores e instigadores.
A las doce de aquella noche, un varón piadoso, el Deán de la Catedral, don Fabián de Miranda, ayudado por dos criados, descolgó el cuerpo y, metiéndolo en un modesto ataúd, lo condujo al cercano convento dominico de San Pablo, donde la Comunidad, por deferencia a la personalidad del fallecido, autorizó su enterramiento. Allí, en el suelo de la primera nave, junto al cancel de entrada, fueron inhumados sus restos. Siguen allí en la actualidad. La lápida que los cubre está sin nombre por supuesto y se lee:
Aquí yace un hombre que pide a todo fiel cristiano que le encomiende a Dios.R.I.P.
Aquel hombre enérgico y bondadoso, que no dudó en luchar contra las injusticias de su tiempo, incluso enfrentándose a su misma clase la aristocracia, en defensa de los humildes, no ha merecido de la ingrata Sevilla ni tan siquiera el traslado de sus restos a una tumba más digna de él. Y lo que es aún peor:
Su recuerdo se ha borrado de tal forma que, en la actualidad, podrá contarse con los dedos de una mano el número de sevillanos que sepan algo de su vida y de su espantosa muerte.
CAPÍTULO III
Epílogo
¿Murió Juan Ignacio de Espinosa y Tello, Conde del Águila, víctima de la pasión desatada en el pueblo ante los graves acontecimientos de aquel mes de mayo de 1808?.
O acaso alguien que permaneció en la sombra urdió el crimen para eliminar al hombre que resultaba peligroso para sus intereses?.Digamos que lo primero es improbable. La furia del pueblo es terrible, pero efímera, es como una llamarada. Si el Conde hubiera sido muerto al ser capturado en las cercanías de la Puerta de la Macarena, quizás tendría credibilidad la versión de la venganza popular.Por el contrario, la continua persecución de que fue víctima aquel trágico 27 de mayo nos hace sospechar de la existencia de un grupo que azuzado por alguien a quien estorbaba un hombre de las condiciones y energía del Conde, le interesaba su muerte.
La voz popular acusó al Conde de Tilly como inductor del crimen. Años más tarde, concretamente en 1814, su viuda publicaría un manifiesto intentando reivindicar la memoria del Conde de Tilly, acusando al Conde del Águila de haber sido víctima de los enemigos que se buscó por su violento carácter. Sin embargo el pueblo sevillano rechazó tal documento y siguió creyendo en la culpabilidad de Tilly. Nosotros estimamos que éste, si intervino en la muerte, fue también como instrumento de gente de mucha influencia. Decimos lo de la influencia por el hecho inaudito de que jamás se intentara averiguar la identidad de los asesinos. La muerte del Conde del Águila, de esta forma, ha pasado a ser uno de esos enigmas eternos de la historia.
¡ Sevillano de hoy, cuando cruces por la calle de San Pablo, haz un alto en tu camino y entra en el antiguo convento dominico, por la misma puerta que utilizó en el lejano siglo XV aquel fraile cruel que se apellidó Torquemada!. Allí, junto a la puerta, en el suelo de mármol, bajo modesta lápida, descansa eternamente Juan Ignacio de Espinosa y Tello, Procurador Mayor de Sevilla, Conde del Águila y director de la Real Sociedad Económica Sevillana de Amigos del País de esta ciudad.
DEDÍCALE UN PENSAMIENTO A LA VÍCTIMA DE LA VIOLENCIA Y DEL RENCOR QUE ALLÍ REPOSA, ESPERANDO QUE LA INGRATA HISPALIS LE HAGA, AL RECORDARLE, LA JUSTICIA QUE LE FALTÓ EN AQUEL TRÁGICO ATARDECER DEL DÍA 27 DE MAYO DE 1808.
El Conde del Águila no fue un torero, tampoco cantaor de flamenco ni bailaor, fue un hombre decente y justo.
Sevilla, 19, agosto, 2010.
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