HONOR,RESPETO,AGRADECIMIENTO
DEDICADO A LAS PERSONAS DE HONOR Y EJEMPLAR SACRIFICIO, QUE DIERON LO MEJOR DE ELLOS MISMOS POR LA LIBERTAD QUE HOY DISFRUTAMOS, SEÑAL INEQUÍVOCA DE SU DIMENSIÓN HUMANA
El 14 de abril de este año 2011, fue presentado en la ciudad de Sevilla un libro de Alfonso Martínez Foronda, Eloisa Baena Luque e Inmaculada García Escribano. La obra cuenta con un prólogo de Nicolás Sartorius que acudió a la presentación del trabajo y publicado por la Fundación de Estudios Sindicales de Comisiones Obreras.
El periódico El Mundo al día siguiente recoge en sus páginas dedicadas a Sevilla mediante Eva Díaz Pérez datos, vivencias y sacrificios de todo tipo que se citan en el libro: La Dictadura en la Dictadura. Detenidos, torturados y deportados durante el Estado de Excepción de 1969.
El trabajo periodístico de Eva Díaz lo desarrolla así:
DICTADURA DENTRO DE LA DICTADURA
Un libro rescata la historia de los antifranquistas sevillanos que sufrieron la detención, tortura y deportación durante el Estado de Excepción de 1969.
Era una dictadura en la dictadura. Así define Nicolás Sartorius la siniestra naturaleza de los estados de excepción, esa estrategia opresiva que utilizó el régimen franquista para controlar a los disidentes –los elementos subversivos- y recuperar la paz social.
El estado de excepción de 1969 fue uno de los más terribles siendo especialmente cruento en Andalucía con la detención, encarcelamiento, tortura y deportación de muchos dirigentes obreros y estudiantes. En Sevilla, la comisaría de la Gavidia y también el cuartel del Sacrificio –para los detenidos en las afueras de la ciudad o en pueblos de la provincia- fueron los escenarios de esta historia represiva no demasiado conocida que sufrieron muchos sevillanos que lucharon en la clandestinidad contra el régimen.
Algunos de ellos estuvieron presentes en un acto especialmente emotivo aprovechando la presentación de un libro que permite adentrarse en este episodio.
DIMENSIÓN ESTREMECEDORA
Además de ser un ensayo histórico, la obra presenta una dimensión estremecedora, la de la memoria oral, el relato directo de los protagonistas que cuentan con detalle la odisea sufrida desde la madrugada del 25 de enero de 1969 en que algunos de ellos fueron detenidos hasta la deportación en lugares recónditos de las sierras andaluzas o incluso el Sáhara occidental.
AGENTES SUBVERSIVOS
Esa misma noche, la Brigada Político Social comienza su trabajo buscando agentes subversivos en Sevilla cuyo gobierno civil controlaba entonces José Utrera Molina. Se registraron domicilios y se detuvo a militantes antifranquistas que, para el régimen, suponían un peligro para la paz social. El Estado de Excepción de 1969, fue la primera experiencia de ese tipo para los dirigentes obreros andaluces, explica Alfonso Martínez Foronda, uno de los autores como ya hemos reseñado y Presidente de la Fundación de Estudios Sindicales de Comisiones Obreras de Andalucía.
El objetivo era hacer una demostración de fuerza frente a la efervescencia obrera, devolver la confianza en el régimen entre sus tradicionales beneficiarios, haciendo desaparecer a los disidentes más señalados, comentan las otras dos coautoras de la investigación, Eloisa Baena, directora del Archivo Histórico de Comisiones Obreras de Andalucía e Inmaculada García Escribano, del Equipo de Fuentes Orales del Archivo.
La reconstrucción de aquella noche es escalofriante y la comisaría de la Gavidia se convierte en escenario especial de aquellos oscuros días.
ASÍ SE DESCRIBEN LOS CALABOZOS
El calabozo era rectangular, de unos cuatro metros cuadrados. Al fondo un poyete con losetas servía de cama y, por delante, una reja de hierro como único punto de ventilación y de entrada de la luz artificial.
El relato de lo ocurrido tiene nombre y apellidos tanto para las víctimas como para los verdugos, todos y cada uno de los que protagonizaron interrogatorios y torturas.
LA BRIGADA DE INVESTIGACIÓN SOCIAL
Era conocida por los militantes antifranquistas sevillano como la cuadrilla de los torturadores, según apunta Alfonso Martínez Foronda.
Estaba formada por:
José Martín Fernández Jefe de la Brigada de Investigación Social.
Alfonso López Domínguez, Inspector Jefe.
Inspectores:
José Soriano Castellón
Francisco Colinas Nieto
Francisco Beltrán Ortiz
Emilio Serrano González
NATURALEZ REPRESIVA
La naturaleza represiva del régimen queda desvelada en la descripción de aquellas jornadas por los que sufrieron la tortura sicológica o física : corrientes eléctricas, agresiones físicas con cardenales desde el cuello hasta las pantorrillas, intimidación con armas de fuego. Todo un catálogo del horror.
LA SALA DE TORTURAS
La sala de torturas estaba en una planta alta a la que se subía mediante un ascensor. Era una habitación vacía, con unos archivadores, una mesa y algunas sillas. Uno de los torturados, Francisco Sánchez Legrán, recuerda obsesivamente un timbre, porque cada vez que lo subían desde la celda a la sala de interrogatorios donde lo torturaban sonaba ese timbre. Cada vez que oía el timbre era algo tenebroso, era el principio de Paulov de causa-efecto. Oía el timbre y me recordaba la tortura.
Además, al final del libro se incluye un relato titulado el enviado del gobernador escrito por Antonio García Cano, dirigente del Partido Comunista y de Comisiones Obreras del Comercio en Sevilla, y que sufrió la detención y deportación a la Yunquera en Málaga donde pasó más de un mes confinado. La literatura como elemento sanador para la memoria.
Hasta aquí el artículo de Eva Días Pérez y a continuación el relato de mi amigo D. Manuel Velasco Sánchez, que ha tenido la gentileza de mandármelo por escrito, y dado el permiso correspondiente para ser divulgado por mi parte, cuestión que me hace sentirme muy orgulloso de su confianza y aprecio que es mutuo, que aunque tarde nos hemos conocido físicamente, nuestros lazos ideológicos y de compromiso nacieron muy tempranos.
Joaquín Nogueras Alba
Sevilla, abril de 2011.
Estado de Excepción en 1969
Sr. Presidente de la Fundación de Estudios Sindicales de CC.OO.
Sr. Secretario General de CC.OO. de Andalucía.
Compañeros, Amigos y Amigas.
Ante todo, quiero agradecer a los organizadores su invitación a participar en este acto, dedicado a recordar un periodo decisivo para comprender la transición a la democracia.
Una etapa intensa en acontecimientos socio-políticos y vivencias personales, muy presentes aún en el corazón y en la memoria de quienes participamos en los mismos.
Momentos difíciles de lucha por las libertades, que son patrimonio de la izquierda y cuyo significado e importancia es preciso valorar, ahora que algunos se empeñan en borrar la historia más reciente y camuflar las diferencias ideológicas.
1969 fue, en efecto, un año muy señalado en el declive del movimiento fascista que secuestró con las armas el proyecto de modernización y de progreso de la Segunda República, y cortó de raíz las aspiraciones de libertad, de justicia y de igualdad que afloraron en este mismo mes de abril (el día 14), hace ahora 80 años.
Aislado en el ámbito internacional, el franquismo vivía entre la rumorología que susurraba la debilidad de Franco y la soterrada guerra entre familias franquistas, para hacerse con el poder y garantizarse así sus privilegios.
Ejército e Iglesia, falangistas y tecnócratas, propagandistas de acción católica y Opus Dei, minorías dispuestas a una limitada apertura y defensores a ultranza del statu quo impuesto por la dictadura 30 años atrás, constituían la foto de familia de una España en blanco y negro, que despedía año tras año a millones de emigrantes y recurría al patriotismo y a la represión para tapar la miseria, el retraso y la explotación.
Mientras tanto, en la sociedad española empezaban a tomar fuerza distintos frentes de oposición al Régimen, liderados por el Partido Comunista en el ámbito político, por las organizaciones sindicales en el terreno laboral y por sectores sociales cada vez más activos, como estudiantes e intelectuales, que desempeñaron en esos años un papel fundamental.
El mayo del 68 francés había comenzado a arraigar en las universidades españolas, sobre todo en Madrid y Barcelona.
Fueron esos campus universitarios con sus protestas durante aquel enero del 69, los que encendieron las luces de alarma del franquismo, que no tardó aplicar su receta favorita: la suspensión de los ya de por sí menguados derechos ciudadanos y la declaración del Estado de Sitio.
Una asamblea celebrada en la universidad barcelonesa desembocó en el enfrentamiento de los estudiantes con el rector, con el busto de Franco arrojado por una ventana y con la quema de una bandera española.
El conflicto estaba servido. Sólo cabía esperar la reacción de los demás participantes en la partida, y así ocurrió.
Los universitarios madrileños se sumaron de manera inmediata y fue precisamente en la capital española donde un lamentable suceso provocaría la indignación general y numerosas protestas, que el gobierno quiso contrarrestar con la declaración, el día 24 enero, del Estado de excepción.
A la Brigada Político Social de Barcelona “se le suicidó” el estudiante Enrique Ruano, como antes se le había suicidado Julián Grimau, arrojándose desde un séptimo piso mientras lo interrogaban.
La noticia corrió como un reguero de pólvora. Los estudiantes salieron a la calle en las principales ciudades españolas y miles de personalidades denunciaron los malos tratos policiales.
Quien les habla tenía entonces 18 años y una corta pero intensa trayectoria de lucha por las libertades. Conocía, además, el “modus operandi” policial, por las detenciones sufridas con motivo del primero de mayo, de la huelga de Hytasa o por algunos arrestos preventivos.
No es de extrañar, por tanto, que cuando aquella noche del 24 de enero llamaron a la puerta de mi casa, a la 1’30 de la madrugada, creyera que se trataba de una detención más.
Pensé en las habituales 72 horas en comisaría, con sus correspondientes amenazas, empujones y demás “argumentos interrogatorios”. Sin embargo, mi destino iba a ser otro: la cárcel.
La vida en presidio no es precisamente una experiencia que yo recomiende a nadie. Sin embargo, debo decirles que yo estaba contento, porque otros detenidos tuvieron un destino mucho más... ¿cómo decirlo?... más “acogedor y cariñoso”. Entre otros, mi primo Paco Sánchez Legrán y Curro Rodríguez, que no terminaban de aparecer y a los que, según se decía, los estaban machacando.
Me sentía afortunado, aunque al entrar en la cárcel me separaron de los presos políticos por mi juventud. Aún así yo lo tenía claro: entre aquellos delincuentes policiales y los presos comunes, prefería a estos últimos.
Y eso que la vida en presidio tenía sus riegos. No importaba, yo me sentía con fuerzas para solucionar cualquier problema.
Recuerdo, por ejemplo, cómo solucioné ciertas “proposiciones indecentes” acompañadas de los famosos cartones (dinero en la cárcel). No me faltaban agallas, es más, las había de mostrado enfrentándome a un régimen opresor y policial, así que nadie me iba a acobardar.
Reconozco que no fue un episodio muy cinematográfico, pero desde luego si que resultó efectivo. Aproveché la provocación del más fuerte y tener a mano un cazo de cocina. El problema acabó cuando al interesado “le entraron en la cabeza los argumentos de la cacerola”.
Lo cierto es que me sentía capaz de enfrentarme a cualquier problema, con la fuerza que me daban mis convicciones y el afecto de unos compañeros de lucha extraordinarios desde el punto de vista humano y político.
Tengo que hacer en este punto una mención especial y rendir mi más sincero homenaje de admiración y gratitud a uno de mis padres políticos, Antonio García Cano.
Aún recuerdo el momento de la despedida en la cárcel, en el ya lejano año 1969. Fue el día que nos deportaban. Nos reunimos para repartir el dinero de la comuna que habíamos formado y nos citamos en el patio para despedirnos.
Antonio se dirigió a todos nosotros con la autoridad que sólo se reconoce a un hombre honesto y comprometido, admirado y querido por sus compañeros. Hoy quiero utilizar aquellas palabras afectuosas y emotivas para mostrarle mi cariño a Antonio García Cano, allá donde se encuentre, y con él a todos aquellos luchadores del 69.... “Salud, salud mis grandes amigos, salud. Yo nunca olvidaré el recuerdo de nuestra amistad”.
Con este canto a la camaradería se cerró nuestra estancia en la cárcel. Unos 40 compañeros salieron en un autobús policial con rumbo desconocido y a tres de nosotros, a Eduardo Saborido, a Fernando Soto y a mí, nos trasladaron a Córdoba, escoltados en un Land Rover de la Policía Armada.
Ya en el cuartel, recuerdo que Eduardo mandó traer café. Con el sorbo último preguntaron por mí. Allí acabó, de momento, mi tranquilidad, porque acompañado de Eduardo y de Fernando no tenía miedo. Me sentía importante y protegido por estos dos compañeros.
Me trasladaron a las dependencias de la Guardia Civil de Córdoba, donde me esperaban 4 números. Me introdujeron esposado en un celular a oscuras, con la advertencia de que si me movía me acribillaban y de que tenían orden de matarme el primero si intentaban liberarme. Amenazas que repitieron una y otra vez durante todo el viaje.
Era una tarde cerrada y la lluvia como compañía, los cuatro vigilantes y yo viajamos varias horas. Esposado en un furgón a oscuras los minutos se hacían interminables, por lo que perdí la noción del tiempo mientras crecían mis temores. Pensaba que nos dirigíamos al norte y, sobre todo, estaba convencido de que iba a acabar en cualquier cuneta. Si, tenía miedo.
El angustioso trayecto se interrumpía de vez en cuando y oía misma pregunta ¿por dónde se va a Valsequillo?
Analizado después con frialdad, era evidente que los guardias andaban perdidos y aprovechaban cualquier ocasión para que les orientaran. Pero yo no estaba en condiciones de razonar. Desorientado y amenazado, mi cabeza en ebullición sólo veía en cada parada el inminente y fatal desenlace.
De repente, al ruido monocorde del motor se une el estruendo de las sirenas. Pronto nos detenemos y se oye un fuerte murmullo de gente. La tensión y las dudas se agolpan, hasta el punto de imaginar que me han llevado a un campo de concentración.
Sin embargo, pronto se despeja el enigma, cuando se abre la puerta y se retumba una voz: ¡Quítale las esposas! Estás libre, puedes bajar.
Desconfiado, por si era una trampa, bajo del furgón, rodeado de la curiosidad de hombres, mujeres y niños. Por supuesto, allí están también el cura y el comandante de puesto de la localidad, que confirma mi libertad, con la obligación de ir todos los días a firmar al cuartel.
Acaba de momento un problema pero de inmediato surgen otros interrogantes relacionados con mi alojamiento y mi sustento diario, en un pueblo desconocido y en las circunstancias en que me encontraba.
Así que tras rechazar mi petición de dormir en el cuartel y la amenaza de hacerlo en la iglesia, me llevan a una casa donde a veces acogen huéspedes de paso.
A la señora Mari Paz, dueña de la vivienda ya fallecida y a la que terminé queriendo como a una madre, no le gustaba nada la idea. Dejó bien claro que no quería ladrones. Tuve que explicarle que no era un ladrón, sino un preso político llevado allí contra mi voluntad y que el comandante de puesto presente en la conversación certificara que así era.
Solucionado el alojamiento y de acuerdo con los compañeros de otros pueblos, al día siguiente inicié una campaña reivindicando un trabajo para poder subsistir. La movilización dio sus frutos y se creó una especie de empleo comunitario, destinado a realizar diversos trabajos en los pueblos de la zona, en Valsequillo, se arregló la Plaza del Pueblo y se instaló alcantarillado en algunas calles.
Poco a poco establecí relaciones con los vecinos, aunque me topé con la Iglesia y aquello era un muro imposible de franquear. El cura no estaba dispuesto a que un rojo pisara el centro social de la parroquia, que era el único lugar de entretenimiento y de ocio existente en el pueblo.
Aquel hombre de Dios no sabía lo que le esperaba. La prohibición abrió las puertas a que me relacionara con personas con ciertas inquietudes y a crear grupos al margen del control eclesiástico. Hombres y mujeres que acabaron enfrentándose con el clérigo caciquil y cuyos hijos e hijas conforman hoy el gobierno de progreso municipal.
Entre muchas penurias y algunas alegrías el exilio en Valsequillo llegaba a su final.
Con la primavera, un famoso telegrama dio cuenta de que recuperaba la libertad. Un cable que, por cierto, conocí antes que la propia Guardia Civil, gracias a mis buenas relaciones en el pueblo.
Como pueden imaginar, el documento donde se anuncia mi liberación lo guardo como oro en paño:
El Excmo. Señor Gobernador Civil de la Provincia en telegrama de esta fecha, dice lo que sigue “Boletín Oficial del Estado día 24 de Marzo, comunicará Decreto-Ley derogando el de 24 de enero último, sobre estado de excepción y tendrá efectividad desde la cero horas del martes día 25. Por ello comunicará ese puesto con la mayor urgencia a Manuel Velasco Sánchez, que tiene fijada su residencia obligatoria en esa localidad, por orden del Gobierno Civil de Sevilla, que en día referido queda sin efecto acuerdo residencial de aleccionamiento y obligación de presentarse diariamente en ese puesto, recobrando libertad de trasladarse y residir en cualquier lugar del territorio Nacional”.
Fue el primer comandante del Puesto, D. Manuel Gómez León, quien me hizo la entrega oficial del telegrama. Pero no sólo recuerdo a este profesional por ese momento tan importante en mi vida. También debo agradecerle su humanidad y su proceder en aquellos momentos tan complejos para todos. El demostró que todos los guardias civiles no eran igual, que había hombres en la benemérita radicalmente distintos al fascista uniformado que me llevó semanas atrás, esposado y amenazado al pueblo. Es de justicia hacerlo constar, así como expresar mi gratitud al Sr. Gómez León por el trato recibido.
Lo cierto es que la noticia sobre el fin de mi exilio se difundió con rapidez entre la población y un comerciante se ofreció a traerme a Sevilla.
Finalizaba así una experiencia política, que vista con perspectiva y a pesar de unos costes fáciles de imaginar, arrojó un saldo positivo.
En el terreno personal, Valsequillo constituye para mí una especie de master político, aderezado con fuertes y duraderos vínculos de afecto y de amistad.
Desde el punto de vista de la lucha por las libertades, aquel Estado de Excepción consiguió todo lo contrario de lo que pretendían los franquistas. Más conciencia de la necesidad de combatir al Régimen, más ganas de extender a nuevos frentes la lucha por la democracia y más compromiso con la justicia, la igualdad y el progreso social.
Quiero, por tanto, finalizar estas palabras, con un afectuoso recuerdo y con un merecido homenaje de gratitud, a todos los compañeros y compañeras que se enfrentaron al franquismo, luchando por las libertades y por los derechos democráticos, sobre todo a los que ya no están con nosotros como la camarada Patro, Juan León, Juan Duran, Miguel Frías y tantos y tantas.
Por vosotros y por vosotras.
¡Compañeros, compañeras!… ¡Salud y Republica!